jueves, 16 de octubre de 2008

LA HISTORIA DEL PERÚ Y SUS HÉROES DEL SILENCIO.

MIRADA A LOS OLVIDADOS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO
Los héroes del silencio

Jorge Paredes Laos (*)

Caía la tarde del 15 de enero 1881 y la desolación era tal en Miraflores que uno de los combatientes tiró su arma y exclamó que en Lima no quedaba una sola familia que no tuviese un muerto en la guerra. Tres mil peruanos perdieron la vida en los reductos y la capital cayó entre incendios y saqueos. Si este solo fue un episodio -el más sangriento, por cierto- de una guerra que duró cuatro años, ¿cuántas acciones de valor y sacrificio no han sido contadas por la historiografía? Lo que sigue es un apretado recuento de algunos actos heroicos poco conocidos, que a veces solo viven en el recuerdo de los descendientes de quienes los realizaron.

EL COMANDANTE ESPINAR
Pocos saben que la avenida que corre desde el óvalo Gutiérrez hasta Pardo, en Miraflores, lleva el nombre de un héroe de la guerra del Pacífico. Ladislao Espinar era cusqueño y Basadre lo describe como un hombre alto y arrogante, a quien Castilla lo había hecho avanzar de soldado a teniente coronel. Su participación en la Batalla de Dolores puede ser considerada épica. Después de capturar Pisagua, los chilenos marcharon hacia el interior y se apoderaron de la oficina salitrera de Dolores, donde tenían agua y provisiones. Las tropas bolivianas y peruanas, en cambio, iniciaron un penoso camino por el desierto hasta que al rayar la aurora del 19 de noviembre de 1879 avistaron a las huestes chilenas en el cerro San Francisco. El enfrentamiento se produjo recién en la tarde en medio de órdenes y contraórdenes para atacar. Los aliados debían recorrer tres mil metros bajo un sol abrasador para tomar la pendiente dominada por los chilenos. Ahí surge la figura de Ladislao Espinar. Iba montado en su caballo, envuelto en un albornoz, como un monje, y ordenaba a sus soldados los sitios y a quienes debían disparar. El historiador chileno Vicuña Mackena relata: "cayó en ese momento el caballo del atrevido peruano atravesado por una bala; pero, sacudiéndose el polvo del gabán y enjuagándose el sudor del rostro, continuó la repechada gritando a los que le seguían: ¡A los cañones! ¡A los cañones!".

Basadre cita una carta del mayor chileno Salvo: "Sucumbió (Espinar) gloriosamente a pocos pasos de donde yo me hallaba contestándole con mi revólver los fuegos que me hacía con el suyo". Después de dos horas la suerte estaba echada. Los chilenos habían descargado 815 cañonazos.

OPERACIONES EXITOSAS
Pocos sucesos nos fueron favorables en la guerra de 1879. Dos de ellos fueron protagonizados por un puñado de torpedistas que con ingenio asestó mortales golpes a la armada chilena. Entre ellos, están el teniente segundo Decio Oyague, el alférez de fragata Carlos Bondy Tellería y el ingeniero Manuel Cuadros Viñas. La historia es como sigue. La armada chilena descargaba continuos bombardeos sobre el Callao, Ancón y Chancay. Su objetivo era intimidar a la población, cortar el tráfico de la línea férrea que unía Lima con Huacho y preparar la toma de la capital. Sus patrullas interceptaban pequeñas embarcaciones para hacerse de frutas, verduras y otras provisiones. Esto les permitió a los peruanos idear una celada. Carlos Bondy y dos marineros llevaron una pequeña embarcación hasta las cercanías del buque chileno Loa y realizaron diversas maniobras hasta ser avistados. Entonces, escaparon en un bote, y dejaron la nave con las velas sueltas. Según narra Mariano Felipe Paz Soldán la nave estaba cargada con exquisitas naranjas, plátanos y aves de corral, pero debajo había escondido un torpedo diseñado por el ingeniero Cuadros. Con recelo, los tripulantes del Loa empezaron a desvalijar la embarcación. Era la 5 y 20 de la tarde del 3 julio de 1880 cuando levantaron el último bulto. Entonces, se produjo la explosión. Murieron 119 chilenos. Seis días después, Patricio Lynch le escribe a su presidente en Santiago: "La desgracia no fue pues casual sino a ciencia cierta pudo más el deseo de saborear la apetecible presa y el instinto de saltear, que el temor del peligro que corrían".

Pero los chilenos no aprendieron la lección. El 13 de setiembre sufrirían el hundimiento de la Covadonga, en Chancay, gracias a una acción similar del teniente Decio Oyague. Otra vez un torpedo de Manuel Cuadros, escondido en una canoa elegante, estalló y hundió el buque en tres minutos. Murieron noventa tripulantes. En el Diccionario Biográfico Marítimo Peruano consta que Bondy Tellería llegó a ser subprefecto de Lima y que en 1885 publicó algunas traducciones literarias en El Oasis. Sus restos, junto a los de Decio Oyague, descansan con justicia en la Cripta de los Héroes.

LOS CAÑONEROS GRIEVE
Según refiere Basadre en San Juan y Miraflores se peleó con rifles de fulminantes y con armas tan mal aceitadas que se habían vuelto "inútiles". Pero la situación hubiera sido peor si no hubiera surgido la figura del ingeniero Juan C. Grieve Downing. Este sanmarquino, hijo de escocés, había participado en la construcción del ferrocarril a la Oroya, tenía 31 años cuando se ofreció como voluntario para reparar y dar mantenimiento a la artillería del ejército. Luego diseñó un cañón de retrocarga (un modelo avanzado para la época) y se ofreció a fabricarlo solo pidiendo al gobierno una "pequeña suma" para las herramientas. Pero el dinero nunca llegó y Grieve financió toda la obra y cuando se le acabó el dinero el Club Nacional promovió una colecta para que pudiese terminar su trabajo. Con rieles de ferrocarril y bronce, y trabajando de siete de la mañana a diez de la noche, los siete días de la semana, Grieve logró terminar 42 cañones y 10.400 proyectiles. Él mismo, junto a sus operarios, llegó a manejar uno de estos aparatos en la defensa de Lima. Consumada la derrota en Miraflores, los chilenos capturaron los cañones (excepto uno que fue enterrado y que ahora es una reliquia del ejército), y probaron su eficacia. Tanto así que quisieron llevárselo a trabajar para ellos. Grieve huyó a Guayaquil y solo volvió al Perú al término de la guerra. Fue nombrado jefe de la Casa de Moneda y hasta su muerte, en 1905, fue consultor en temas de armas. Se dice que alguna vez el Estado quiso pagarle la deuda, pero dada la pobreza de la caja fiscal esto no fue posible.

CIVILES E INDOCUMENTADOS
Las historias más sorprendentes son las de niños enrolados en la Armada y el Ejército. Manuel Francisco Gamero tenía 14 años cuando se embarcó en el Talismán y combatió, pintándose la cara con carbón, en la campaña marítima. En 1881, se unió a la resistencia de Cáceres y luchó hasta el final. En Huamachuco fue repasado por los chilenos. Tenía 18 años. A Manuel Bonilla no le permitieron entrar a la reserva porque tenía 13 años. Se ofreció entonces como ayudante de Narciso de la Colina, un industrial de Iquique que comandaba el batallón 6 en la defensa de Lima. Cuando este es herido de muerte le da su arma a Bonilla. El niño va al frente y también pierde la vida. Agustín Salas también tenía 13 años cuando se alistó como tambor en el Huáscar. Fue hecho prisionero en Angamos y canjeado por los chilenos regresó a Lima. Peleó en Miraflores, en el Batallón Guarnición de Marina. Una bala le partió el brazo.

Entre las acciones poco conocidas está el arrojo del ingeniero de máquinas del Huáscar, Samuel Mac Mahon, quien a pesar de su origen inglés opuso resistencia a los chilenos que abordaron el monitor, y siguiendo las órdenes de Pedro Garezón, abrió las válvulas para hundir el viejo barco. Otras, en cambio, no han sido corroboradas. Se dice que en Chorrillos un grupo de chilenos llegó a una cantina atendida por tres mujeres, la madre y dos hijas. Los soldados les pidieron licor y les dijeron que luego harían con ellas lo que hacía todo ejército vencedor. Después de libar, los hombres las buscaron pero las encontraron muertas debajo del mostrador. Se habían envenenado. Y ellos también habían recibido la dosis mortal.

(*) Con la colaboración de historiadores Emilio Rosario, Jorge Ortiz Sotelo, CN (r) Juan R. Valega, Ing. Jorge Grieve y Jonatan Saona ( www.gdp1879.blogspot.com )
Fuente: El Dominical

2 comentarios:

Anónimo dijo...

si estas interesado, yo soy pariente de Juan Zavala, héroe de la Guerra del Pacífico y compañero de Bolognesi... si quieres que te cuente algo interesante, escribeme

Jean dijo...

Interesante la informacion :D
yo soy chancayano y para Chancay es un orgullo haber hundido a la covadonga.