domingo, 16 de noviembre de 2008

HERENCIA CULTURAL AFRICANA EN LAS AMÉRICAS.

África en América.

LAS RAÍCES DE UN CONTINENTE. EL APORTE AFRICANO EN AMÉRICA HA SIDO SILENCIADO POR MUCHO TIEMPO. RECIÉN EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS DIVERSOS ESTUDIOS HAN DESTACADO SU INNEGABLE VALOR EN LA FORMACIÓN DE NUESTRA CULTURA. UNA MIRADA A LA LUZ DEL ARRIBO DEL PRIMER PRESIDENTE AFROAMERICANO A LA CASA BLANCA.
Jorge Paredes ( polígrafo)

El primer negro que ingresó al Perú formaba parte de la expedición de Pizarro. Era un guineano, esclavo de Alfonso de Molina, uno de los Trece del Gallo. El español desembarcó en Tumbes con dos cerdos, un gallo y varias gallinas, pero lo que más llamó la atención de los indios fue la piel negra del esclavo. Cuenta la leyenda que le ofrecieron agua para que se lavara, pero su color no cambió. Los indios lo miraron con más sorpresa aún. Simplemente, no lo podían creer.

No existen cifras exactas de la magnitud del comercio esclavista en América, pero desde mediados del siglo XV por lo menos 10 millones de africanos desembarcaron en las costas del Nuevo Mundo, número engañoso si se tiene en cuenta que tres esclavos de cada cuatro morían en el trayecto. Un crimen de lesa humanidad que nunca ha sido reparado y que sin el cual no se habrían levantado los imperios ingleses, franceses, holandeses, españoles y portugueses en el continente. Carlos Aguirre menciona en "Breve historia de la esclavitud en el Perú" que unos 660 mil africanos llegaron a Estados Unidos, 4 millones al Brasil y un millón 600 mil a la América española. El resultado: estos hombres y mujeres con su variedad de lenguas, nacionalidades, culturas, ritos y costumbres transformaron cada una de las regiones que pisaron, desde Canadá hasta la Patagonia. Desde el cautiverio, los negros configuraron la identidad del Brasil actual, el segundo país en el mundo con mayor población negra, también modelaron la cultura musical de Cuba, Jamaica y de toda Centroamérica y el Caribe, potenciaron la industria algodonera del sur de Estados Unidos, y trabajaron hasta la muerte en las casas, haciendas y minas de América del Sur.

Sin embargo, su aporte permaneció oculto por siglos. Fue invisible para Vasconcelos en México y minimizado por Mariátegui en el Perú, para citar a dos notables pensadores. Recién en los últimos cincuenta años diversos estudios han puesto énfasis en ello como un descubrimiento de esa raíz cultural oculta del continente.

"Yo hablaría de una cultura indoafrosinoamericana", dice el antropólogo Humberto Rodríguez Pastor, autor del libro "Negritud. Afroperuanos: resistencia y existencia". Con esta expresión, él pone acento en las influencias autóctonas, africanas y chinas en la configuración de las Américas. Más allá de la música, que es la contribución más visible, el aporte de los afroamericanos está en muchos otros aspectos de la vida y la cultura del continente, en algunos casos de forma anónima. "En la gastronomía, ellos no trajeron plantas ni condimentos, pero aportaron su sazón. La comida criolla americana tiene gran influencia negra. Todas las iglesias de Lima fueron construidas por negros, que no se sepa sus nombres es otra cosa. Y ni hablar de Pancho Fierro o de José Manuel Valdés (1767-1843), que fue el médico más importante de Lima a fines de la Colonia e inicios de la República, en un tiempo en que los curanderos negros tenían gran prestigio", dice Rodríguez Pastor. La historia de Valdés es interesante porque fue hijo de un músico y una mulata libre, y a causa de su color solo pudo obtener el título de bachiller de Medicina. Sin embargo, hizo importantes aportes para contrarrestar las epidemias en Lima. Fue catedrático del Colegio de Medicina, participó en las luchas independentistas, y destacó como historiador (escribió una biografía de Fray Martín de Porres) y teólogo.

La negritud

Las luchas de los negros por sus derechos son tan antiguas como la propia esclavitud. En 1609 se estableció en Veracruz, México, el primer pueblo libre del continente gracias a la rebelión de los esclavos. Haití fue el primer país independiente de América (1804) por el mismo motivo y en épocas contemporáneas las luchas civiles de los negros en Estados Unidos han repercutido en todo el continente. El 'Black Power' de Jamaica tiene componentes políticos y culturales, representado en la música reggae; y en Brasil existe un sólido movimiento de conciencia negra al igual que en Colombia.

"Nosotros partimos del concepto de diáspora", dice Mónica Carrillo, joven directora de Lundu, un centro de estudios y promoción afroperuanos. "Esta dispersión forzada de la población africana ha hecho que hoy seamos 150 millones de afrodescendientes en las Américas. "Es importante entender --continúa-- que la palabra negro ha sido una construcción realizada por los colonizadores, como oposición a lo blanco. Nace con una carga negativa que implica lo malo, lo sucio, lo abyecto. Por eso en el camino le hemos ido dando un sentido positivo. Ahora podemos decir que somos parte del movimiento negro, pero preferimos usar el término afrodescendiente que remite a nuestro origen africano y trasciende el color de piel".

Palenques y cofradías

La ruta cultural africana en América tiene dos líneas muy marcadas: la religión y la música. Tal vez el primer escape a la opresión estaba en esa resistencia secreta al dios impuesto por el cristianismo, al cual se le dotó de ritos y poderes que remitían al África ancestral. La santería en Cuba y sus orichás (dioses), el candomblé en el norte del Brasil y en las Guyanas, el vudú en Haití o la macumba en Bahía (Brasil) remiten a un sincretismo de manifestaciones religiosas, alimentadas también por las culturas locales indígenas. Por ejemplo Shangó, el dios del rayo, de la guerra y de la música, se convirtió en Santa Bárbara, Ochún en la Virgen de la Caridad o Yemayá, la reina del mar, en la Virgen de Regla y Babalú Ayé en San Lázaro.

Esta religiosidad cargada de sentido místico y de resistencia estaba asociada a la danza y la música, y se desarrolló en esos espacios liberados que los cimarrones (esclavos fugitivos) establecieron en los montes de Ecuador, Colombia, Brasil o Las Antillas. Estos palenques o quilombos (tal como se les conoce en Brasil) fueron claves para el proceso de preservación y sincretismo de las culturas africanas.

Como señala Mónica Carrillo, en Ecuador estaba toda la región de Esmeraldas, cuyo lema hasta la actualidad es "rebelde por libre y por libre nunca esclava", o Palmares en Brasil, donde se celebra el día de la conciencia negra, o San Basilio, en la costa norte de Colombia, territorio liberado hasta bien entrado el siglo XX.

Si bien el territorio se convirtió en un foco de resistencia, en el Perú el fenómeno no fue tan marcado. "Primero por la geografía", dice Humberto Rodríguez Pastor, "nuestra costa es árida por eso los palenques fueron muchos y pequeños, el más conocido era el de Huachipa, que no agrupaba a más de 40 negros".

Otro punto central es que los esclavos que llegaron al Perú no pertenecían a una sola etnia, como en Brasil, sino que eran comprados en mercados de Panamá y Cartagena. Eran de grupos diversos (un artículo del "Mercurio Peruano" habla de terranovos, lucumés, mandingas, cambundas, carabelíes, cangaes, chalas, huarochiríes, congos y mirengas), hablaban lenguas diferentes y muchos habían nacido en América. Por eso se les daba una clasificación gruesa: bozales (los que venían de África) y ladinos (los que conocían el castellano). Aquí su organización giró, por eso, alrededor de las cofradías, que eran hermandades reunidas alrededor de un santo. Hacia 1619 existían diecinueve de estas comunidades en Lima y la más conocida fue la que dio origen al Señor de los Milagros.

"Recién en los últimos años", cuenta Mónica Carrillo, "los jóvenes afrodescendientes peruanos han tenido un acercamiento a las religiones africanas a través de la música cubana moderna, conocieron a Shangó a través de Celina y Reutilio y a la religión yoruba a través de grupos de timba".
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