martes, 21 de septiembre de 2010

Historia del terremoto de Lima de 1940.

Christchurch y 1940 en Lima

Por: Aldo Mariátegui (Periodista)

Imagínense lo que hubiera pasado en Lima si aquí un terremoto tan fuerte (7.4 grados) como aquel que acaba de asolar a Christchurch hubiera sacudido nuestra capital, con tantas viviendas en cerros y con suelos tan malos como en La Molina. Pues bien, esa ciudad neozelandesa no ha registrado muertos, hay muy pocos heridos y la infraestructura -aunque muy dañada- se ha defendido bastante bien de un sismo que no ha estado muy lejos en intensidad de aquellos que antes asolaron Pisco y el sur de Chile. Eso vuelve a demostrar lo importante que es que la construcción sea formal en todo sentido. Ya nuestra Lima fue devastada el sábado 24 de mayo de 1940 a las 11.00 a.m. por un evento similar a éste, que dejó a Chorrillos y gran parte de la ciudad por los suelos y mató a 200 personas.

Armando Villanueva se encontraba apresado en El Frontón cuando acaeció el sismo, al que resumió así: "Desde aquí vimos un espectáculo que no es para ser descrito. Una inmensa cortina de polvo subiendo desde el litoral hasta lo alto, cortina que durante algún tiempo nos ocultó de la costa. Al principio creímos que sólo se trataba de desprendimientos de barrancos. Pero después, los barrancos iban reapareciendo en algunos sectores. Entonces nos dimos cuenta de que enormes columnas de polvo se elevaban del Callao, Lima, Barranco y Chorrillos. Para nosotros era una magnífica visión de conjunto que abarcaba desde La Punta hasta el Morro Solar".

Otro testigo fue Julio Ramón Ribeyro, que era un escolar miraflorino por aquellos años y que en un cuento escribió lo siguiente: "Los primariosos salíamos del colegio en cuatro filas, correspondientes a diferentes barrios de Miraflores. Por seguridad y disciplina un hermano acompañaba a cada fila durante un trecho. Nuestra fila, la de quienes vivían en Santa Cruz, la conducía el hermano Juan. No habíamos hecho más que traspasar el portón y avanzar hacia la alameda Pardo cuando escuchamos un ruido sordo, lejano, que parecía provenir de las profundidades de la tierra, al mismo tiempo que las tórtolas de los ficus levantaron el vuelo y huyeron alborotadamente hacia las lomas. Algunos creyeron que se trataba de un gran camión o aplanadora que remontaba la alameda, pero ningún vehículo surgió y al ruido se sumó una trepidación. La vereda empezó a ondular, tan pronto parecía subir como bajar, al punto que trastabillamos, pues no sabíamos a qué distancia debíamos poner los pies. Alguien dijo ´se nos viene un temblor´, pero cuando vimos caerse las tejas de la residencia Moreira y abrirse una grieta en su alto cerco de adobe no nos quedó duda de que se trataba de un terremoto. Nuestra fila se disgregó despavorida y antes que nadie el hermano Juan, remangando su sotana, salió disparado hacia el colegio. Algunos alumnos huyeron rumbo al parque y nosotros hacia la alameda Pardo, por donde mujeres pasaban dando de gritos con los brazos en alto. El ruido subterráneo cesó, pero la trepidación fue en aumento, la pista fluía como si fuese líquida, la fachada de la bodega Romano se tambaleó, su gran vitrina se hizo trizas, dos indias de pollera cayeron de rodillas y clamaban al cielo dándose golpes en el pecho, una nube de polvo llegó de los acantilados y llenó nuestros ojos de tierra, el muro de un rancho se vino abajo, ramas de ficus cayeron estruendosamente, mientras que automovilistas pasaban fierro a fondo tocando con estridencia sus bocinas�".

También el deportista Roose Campos nos dejó la siguiente pintura de ese hecho: "Ese día de 1940 había salido un sol esplendoroso y un grupo de amigos que practicábamos regatas nos reunimos en el Club Regatas Lima. Todo iba bien hasta que se produjo el terremoto. El malecón de Chorrillos cayó como un huaico arrasando gran parte del dormitorio del club, la pequeña cancha de básquet, los camerinos y parte de las duchas.

La destrucción era inmensa. Los baños de Chorrillos habían desaparecido, la bajada al funicular era un recuerdo y los daños en el Malecón, propiamente dicho, eran devastadores. (�) Desde San Miguel y Magdalena el acantilado se precipitaba sobre la playa, dando la impresión de ser una gran catarata de tierra. Kilómetros y kilómetros de tierra caían sin cesar hasta las playas y generaban nubes de polvo inmensas, mientras la tierra seguía temblando como nunca antes lo había sentido en mi vida".

Fuente: Diario Correo (Perú). 05 de Setiembre del 2010.

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